HOMBRES COMPLETOS: “Mitad monjes, mitad soldados”

Jeremías Gamboa

1 de noviembre a las 12:05 · Editado · 

Mi columna de hoy en Luces, de El Comercio.

HOMBRES COMPLETOS

“La vocación sodálite está en enemistad con el mundo (…) una enemistad radical (…) Nuestra fidelidad depende en mucho de no olvidarlo nunca (…) La inserción del sodálite en medio del mundo no es, pues, para confundirse con él, sino para ser testigo del Señor en medio del mundo”. Estas palabras de Luis Fernando Figari, fundador y guía espiritual del Sodalitium Christianae Vitae, pertenecen a su libro “Fidelidad y comunión”, publicado en 1980. Extraigo la cita de “Mitad monjes, mitad soldados”, el escalofriante libro-reportaje de Pedro Salinas y Paola Ugaz sobre los abusos y crímenes de esta cuestionada institución, avalada por la Iglesia Católica. Los autores la consignan e inmediatamente después añaden un pasaje bíblico que Figari enarbolaba para darle sustento a su idea de radical de separación del mundo: “¿No sabéis que la amistad con el mundo es hostilidad contra dios? Por lo tanto, quien decide ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios”. (Sant. 4,4).

Salinas y Ugaz han realizado el primer intento de sistematización de los mecanismos a través de los cuales la cúpula del Sodalicio separaba del mundo a una serie de adolescentes “escogidos” para dividirlos moral y psíquicamente con el objetivo de someterlos, robarles su voluntad y, en algunos casos, abusar de ellos sexualmente. Mediante una cadena de documentos y de testimonios de víctimas es posible reconstruir la manera en que Figari y los suyos dinamitaban la idea de familia de sus iniciados y los aislaban de todo hasta recluirlos en un orden vertical y enfermizo que sustituía al propio mundo. En ese coto cerrado los iniciados perdían conexión con los demás y, sobre todo, con ellos mismos.

No deja de ser perverso que en ese orden de sujeción, enajenación y culpa, una de las piedras angulares haya sido la persecución y estigmatización de la más natural manifestación adolescente de conexión con el cuerpo y de ingreso a la vida sexual adulta: la masturbación. El libro reproduce con claridad la forma en que los líderes de esta institución la perseguían y condenaban, a extremos de humillación realmente execrable. “¡Mírate las manos!: ¡Con las mismas manos que acaricias a tu madre, con esas mismas manos te masturbas!”, bramaba Figari. “¡Cada vez que te masturbas, estás crucificando de nuevo a Cristo!”. El objetivo final era, señalan los autores, “quebrar al otro, romperlo psicológicamente”. Una vez que se conseguía esa fractura en el interior de la persona, se trataba “de ingresar para robarle una parte de su alma”. Los adolescentes terminaban partidos en dos, divididos, tal como reclama de forma involuntaria el lema de la agrupación: “mitad monjes, mitad soldados”.

No es extraño que tanto Pedro Salinas, cabeza del destape periodístico, como Martín López de Romaña, uno de los más lúcidos testigos de los atropellos del grupo, hayan terminado siendo escritores, un oficio que exige precisamente lo contrario a lo que demandaba Figari: ser amigos del mundo, confundirse con la realidad, conectarse con uno mismo y con los demás, buscar la completez. A los dos, como a otros ex sodálites, los llenaron de culpa y los separaron de sus cuerpos, sus sexualidades y su voluntad. Les robaron su adolescencia y juventud. Más allá de las sanciones legales que demanda este libro y que la iglesia ha tapado hasta hoy con lamentable hipocresía, el caso del Sodalicio nos debe llevar a reflexionar sobre el control que los discursos monolíticos y totalitarios –muchos articulados desde el facismo y de los lados más duros de la Iglesia– pretenden ejercer sobre nuestros cuerpos y el de nuestros hijos.

En un poema hermoso titulado “Ceremonia solitaria bajo la luz de la luna”, el poeta Jorge Eduardo Eielson propone una imagen de la masturbación que atiende su dimensión espiritual y cósmica sin dejar de atender su naturaleza doméstica y concreta. Nada más alejado del estigma, la oscuridad o la abyección. Eielson, un hombre en comunión con su cuerpo y con el universo, la entiende como un caballo blanco que galopa entre los espacios de la casa y que se aprende a hacer “mordiendo y arañando el firmamento (…) Mirando y mirando la luna/ abriendo y cerrando puertas/ Sin darse cuenta que la entrada y la salida/ Nunca han existido”. Eso es. Estos versos hablan de una liberación y una continuidad. Un modo de ser “en y con el mundo” propio de los hombres completos; esos que, como Salinas o López de Romaña, escriben para amistarse con todas las cosas.